sábado, 20 de diciembre de 2008

De marcianos y pareidolia




Déjeme hacerle un par de preguntas: ¿alguna vez se ha recostado en el césped a observar tranquilamente el cielo y ha encontrado en las nubes formas particulares que le recuerdan imágenes conocidas? ¿Se ha puesto a algún día a observar con detalle el volcán Iztaccíhuatl y se ha percatado de que es posible observar una silueta humana recostada? Si tiene una respuesta afirmativa a estas preguntas, seguramente ha sufrido los efectos bastante comunes de la pareidolia. Pero, ¿es esto una enfermedad o un mal caído del cielo?

La pareidolia es sencillamente un fenómeno psicológico bastante frecuente que consiste en identificar patrones conocidos a partir de formas aleatorias. Al observar un día por las tardes un cielo nubloso, podemos percatarnos de que de pronto una nube tiene forma de rostro humano, de una garra de tigre, de una navaja, etc.; si tomamos una imagen de algún incendio o algo que se quema, podemos observar la silueta del anterior papa o una cara maligna; si de pronto observamos atentamente nuestro pan tostado recién hecho, quizás encontremos alguna figura azarosa que nos recuerde la deidad más socorrida de la región. Las posibilidades son muchas y variadas.

Últimamente uno de los planetas de nuestro sistema solar ha sido el escenario en donde se han conseguido algunas de las tomas más fascinantes sobre formaciones geológicas. Un caso muy sonado ha sido el Rostro de Cydonia. Cuando en 1976 la imagen de un rostro de tipo humano en la superficie del planeta Marte se coló a los medios más sensacionalistas, la enorme cantidad de especulaciones no se hicieron esperar: ¡algunos comentaron que era una pirámide construida por una civilización extraterrestre que forma parte de una serie de edificaciones que son el vestigio de una cultura marciana desaparecida! Los grupos más religiosos se fueron por el lado que más les gustó: es la imagen del anticristo que observa a los humanos desde el planeta rojo (rojo por la sangre del infierno). A pesar de estas afirmaciones más apegadas a la especulación y la imaginación humanas, el asunto es que ciertas formaciones geológicas sumadas a cierto efecto de luz y sombras pueden proporcionarnos ilusiones ópticas. También es necesario hacer notar que en 2006 la astronave Mars Express proporcionó gracias a su Cámara de Alta Resolución (HRSC, por sus siglas en inglés) las imágenes más detalladas de aquella formación geológica en donde se pudo apreciar con mucho detalle la formación geológica de Cydonia. Es necesario hacer notar que desde otro ángulo y con los avances de esta tecnología, ya no se perciben rastros de alguna cara que indique un origen artificial.

La pareidolia puede sacar los deseos más profundos de las personas. Mientras que en Estados Unidos una mujer muy religiosa observa los ojos de cristo en una puerta (la cual está hecha de madera y presenta a los lados dos detalles casi circulares que se asemejan a unos ojos), en 1984 en la Antártida se localiza un meteorito de origen marciano que emociona a más de un científico. Para 1996, tras una serie (me parece que incompleta) de estudios, la NASA da a conocer que en la roca espacial denominada ALH84001 (en honor a Allan Hills, el nombre de la zona antártica en la que se localizó así como al año) había evidencia que sugería que hace unos 3,000 años Marte pudo haber albergado vida microbiana. Esos supuestos fósiles bacterianos fueron la materia prima de una larga serie de reportajes en los que se volvió a hablar con un gran entusiasmo de la posibilidad de vida en otros planetas. Sin embargo, para 1998 un artículo publicado el 16 de enero en la revista Science por investigadores de la Institución Oceanográfica Scripps de la Universidad de California expresaba un enorme escepticismo a los resultados expresados por la NASA. El debate entonces se agudizó. Quizás uno de los elementos que más le daban peso al caso eran algunas imágenes microscópicas de la estructura interna del meteorito donde supuestamente se observaban los mencionados fósiles bacterianos. El problema es que tenemos aquí lo que llamo Pareidolia microscópica: formaciones minerales que nos recuerdan la forma de cierto número de microorganismos. Esto no es nuevo: ya en el siglo XIX se había debatido sobre la presencia de supuestos fósiles de coral que terminaron siendo formaciones rocosas un tanto caprichosas que nos recordaban a aquel invertebrado marino. Actualmente la comunidad científica rechaza la idea de que se hayan encontrado fósiles marcianos microbianos en aquella roca extraterrestre y el asunto tiene mucho mayor relación con la geología y la casualidad que con una antigua actividad bacteriana en nuestro planeta vecino.

Todo esto surge a colación debido al último caso que han explotado los medios: la imagen de la superficie de Marte tomada por el robot explorador Spirit donde se observa una silueta que da a entender que en el planeta rojo los marcianos salen a la superficie sin ningún problema a pesar de las condiciones ambientales tan extremas. En esta imagen podemos observar una serie de rocas un tanto oscuras en donde aún no se ha determinado si aquella figura es una mezcla de varias de éstas sumada al ángulo en el cual se realizó la toma. Desgraciadamente, es una simple casualidad óptica: en Marte no existen las condiciones adecuadas para que se desarrolle la vida. Si algunos me argumentaran que es una forma de vida muy distinta a nosotros que se ha adaptado a ese ambiente tan hostil, yo replicaría que necesitamos más evidencia al respecto. A pesar de ser posible, los casos repetiSobrenaturaldos de pareidolia nos inclinan más por esta sencilla (y hasta mi punto de vista la más coherente) explicación. Al respecto, el astrónomo y escéptico profesional Philip Plait argumenta en su excelente blog titulado Bad Astronomy lo siguiente: La imagen, por supuesto, no es más que otro ejemplo de pareidolia, nuestra disponibilidad a ver patrones en formas aleatorias. Así que esto parece un tipo paseándose por Marte, disfrutando del 0.001 de la presión atmosférica de la Tierra, el 98% de C02 en el aire, el frío más que congelador y, por supuesto, con una altura de cuatro pulgadas.


Publicado originalmente en Sobrenatural.net

martes, 14 de octubre de 2008

Mejorando extraterrestres



¿Se ha preguntado alguna vez por qué siempre en la televisión nos hablan de supuestas visitas de seres extraterrestres en donde los visitantes tienen formas muy similares a la humana? ¿Por qué vienen en platillos volantes y no en comales hiperlumínicos? Es muy posible que la respuesta se encuentre en la tendencia humana a antropomorfizar todo lo que ve e imagina.


Realmente no tenemos evidencia certera que nos indique que somos visitados por seres provenientes de otros mundos. Los supuestos avistamientos y testimonios de miles de personas no nos sirven de mucho a la hora de preguntarnos si esto ha sucedido. Quizás hay varias razones por las cuales no nos han visitado hasta ahora: la galaxia es tan grande que aún no nos han encontrado, se han autodestruido a la hora de desarrollar una civilización tecnológica, los viajes a velocidades mayores que la de la luz son imposibles, etc. En ese sentido, no nos queda de otra más que especular y usar toda nuestra imaginería para inventarlos y disfrutar con su artificiosa presencia.


En la mesa redonda Vida Extraterrestre: Ciencia y Ficción, llevada a cabo hace unos meses en la Facultad de Ciencias de la UNAM, Sergio de Régules nos argumentaba que si existiese una civilización extraterrestre, los seres que la conformarían deberían tener formas completamente distintas a la nuestra, aunque (en palabras de Ciryl Ponnamperuma) muy posiblemente tendrían una química muy parecida a lo que existe aquí en la Tierra. Nos hablaba entonces de Volvox, un conjunto de algas microscópicas que crece para formar colonias. Si allá en los abismos del espacio hubiese algún ser vivo, este desarrollaría una biología completamente distinta a lo que conocemos aquí en nuestro mundo.


Hace poco tiempo, estudiando con un libro de Zoología de Invertebrados, me encontré un comentario en donde el autor afirmaba que la mejor manera de representar a un ser extraterrestre es a través de la morfología de Pycnogonida: un tipo de araña acuática con cuatro pares de patas que a primera vista nos parece algo totalmente fuera de este planeta.


¿Estamos solos en el Universo? No lo sabemos, pero mientras llega la respuesta, no está mal seguirnos deleitando con los extraterrestres que vemos en las películas o en las novelas de ciencia-ficción. Sólo una recomendación: hay que meterle más imaginación al asunto, y para ello, ahí están los organismos más extraños y exóticos para inspirarse.

viernes, 3 de octubre de 2008

Lo que nos cuentan en la escuela




Hay veces en que la escuela primaria o secundaria no dan la información de una manera confiable. ¿Y esto qué significa? Bueno, pues que los profesores son especialistas (se supone) para enseñar ciertos conocimientos de cierta área del saber humano, aunque a veces se salgan por la tangente al expresar sus creencias personales o al enseñar lo que está marcado en los textos de educación básica.


Un ejemplo viene a ser el origen de algunas zonas arqueológicas en México. A pesar de que existen una cantidad de estudios sobre las culturas precolombinas, me tocó una vez tener una maestra de Historia de México en la secundaria que afirmaba categóricamente que las pirámides habían sido construidas por seres extraterrestres. ¡Juro por el Mosntruo de Espagueti Volador que eso nos contaba! Afortunadamente la ciencia es una herramienta racional muy efectiva en donde para aceptar algo, es necesario pasar a través de un control de calidad representado por la comunidad científica. Y si aplicamos esta herramienta en este caso podemos asegurar que las narraciones paleoastronáuticas no tienen evidencia sustentable para confirmar esto. Solo es cuestión de tener un poquito de sentido común.


Otra de las curiosidades que mencionaban mis maestras en la primaria era el camino evolutivo que había seguido el ser humano. Hoy sabemos que la evolución es un tanto azarosa y que actúan cinco fuerzas (selección natural, deriva génica, flujo génico, endogamia y mutaciones) para que este hecho natural haya producido la gran biodiversidad existente en nuestro planeta. Pese a que los biólogos (tanto los profesionales como los que están en formación) sabemos que el camino evolutivo del ser humano no sigue un sendero hacia la perfección, los esquemas que muestran un simio atravesando distintos estadios para llegar al Homo Sapiens aparecen no solamente en los libros de texto, sino también en todos los desplegados mercadotécnicos que bombardean nuestras pupilas.


Y no se hable del caso de Estrecho de Bering. Si hojeamos cualquier librito de primaria encontraremos que en la última glaciación que azotó nuestro planeta formó una especie de puente intercontinental que permitió a ciertos grupos humanos asiáticos emigrar a América. Sin embargo, no se tiene suficiente evidencia de esto y la explicación con respecto a las fragmentaciones a lo largo del tiempo geológico suenan como la alternativa más plausible. Simplemente se sabe que hay un movimiento de las placas tectónicas y que los continentes se alejan unos de otros unos cuantos centímetros por año. Este desplazamiento llegó en un momento determinado a separar por completo América de Asia dejando a grupos de seres humanos emparentados completamente aislados en sendos continentes.


Hay algunos mitos que prevalecen en los conocimientos populares. Aquí es cuando entra la evidencia y el análisis científico para mostrarnos que a final de cuentas el león no es como lo pintan.