sábado, 10 de octubre de 2009

No todo investigador es buen divulgador


Siempre he dicho que la labor de la divulgación científica requiere de un buen entrenamiento. Se requieren ciertas habilidades para comunicar eficientemente la ciencia al público en general. Carecer de alguna de éstas condena a la ciencia a ser vista como una actividad poco interesante que es realizada por un grupo de sujetos aburridos e inadaptados.

En los estudios de cualquier carrera científica, muchos creen que los egresados tienen automáticamente la habilidad para comunicar los conocimientos que poseen a sus futuros alumnos. No obstante, muchos científicos presentan como primer problema que la cátedra suele ser una actividad que no dominan con efectividad. Asimismo, la transmisión de los conocimientos científicos al ciudadano promedio regularmente viene acompañada de cierta monotonía o del uso de un lenguaje tan especializado que las personas terminan sin saber en realidad qué es lo que se dijo.

Uno buen ejemplo de los problemas que tienen los investigadores a la hora de querer divulgar su labor es el libro 7 Problemas de la Astronomía Contemporánea. Uno de los autores, Manuel Peimbert, comete el error de pensar que el público potencial ya domina un buen número de conceptos astronómicos. Entonces su participación se convierte en una charla especializadamente técnica con sus colegas que termina por aburrir al lector no avezado en la materia.

El estilo de Julieta Fierro provee otro buen ejemplo. La Dra. Fierro maneja bastante bien la divulgación científica en radio y televisión. Quizás su problema es en la divulgación escrita. Hay casos en los que muchos de sus libros están escritos con un lenguaje accesible para el lector, mas el problema en ocasiones es que el estilo y la temática de éstos refleja una necesidad por perfeccionar la manera en la que se escriben y transmiten los conocimientos científicos (Julieta presenta el “Síndrome del Investigador que ya no investigó”, en donde se dedica tanto tiempo a divulgar la ciencia que se descuida la investigación hasta el momento en que la primera resulta ser la única gran opción para seguir trabajando. Carl Sagan, Isaac Asimov y Richard Dawkins son ejemplo de lo anterior).

Uno de los problemas más grandes es que existe la creencia generalizada de que cualquier investigador será obligatoriamente un buen divulgador. Esto no es cierto más que en contadas ocasiones. Si uno lee a un divulgador científico profesional, nos podremos dar cuenta que hay un correcto manejo del lenguaje acompañado de amenidad; se transmite el conocimiento sin necesidad de escupir al lector todo el lenguaje especializado que se posee; se mezclan conceptos de otras ciencias y humanidades que permiten complementar los textos de divulgación científica. La mayoría de los investigadores no siguen estas simples reglas. El investigador lo que hace en muchas ocasiones es hablar de su tema con mediana o cargada especialización (aunque no hay que generalizar, ya que hay muchos y variados casos de científicos que tanto divulgan medianamente bien hasta los que de plano no tienen la menor idea de cómo hacerlo).

Los problemas que acarrea la mencionada generalización tiene un fuerte impacto en la divulgación científica nacional. En la colección de La Ciencia para todos, se exige a quienes escriben que sean parte del Sistema Nacional de Investigadores para tener el espacio editorial para escribir sobre ciencia. Esto acarrea un pequeño gran problema: los divulgadores científicos profesionales, quienes tienen verdaderamente la experiencia para escribir sobre diversas ciencias (y que en su gran mayoría divulgan muchísimo mejor éstas), pierden un gran espacio para expresar sus habilidades. Esto trae como consecuencia que pese a pocas excepciones, la colección mencionada mantenga un grado alto de lenguaje científico especializado contado con tan poca habilidad que esto simplemente condena a la gran mayoría de la colección a ser tachada de libros técnicos muy aburridos.

Es menester replantear quiénes deben tener la gran mayoría de espacios para divulgar de una manera eficaz la ciencia. Se requiere dar un pequeño curso básico sobre comunicación de la ciencia a todo investigador para que esta actividad mejore sustancialmente. Empezar a tomar realmente en cuenta la divulgación científica y a los divulgadores puede ser el primer paso para que esta labor adquiera un papel más importante y que los investigadores tengan la oportunidad de convertir sus monótonos y sobrecargados libros en mejores obras para que lleguen cada vez a un número mayor de ciudadanos.