jueves, 26 de febrero de 2009

Fuerza Vital Cósmica


Imagine usted, estimado lector, que fuera un científico que tiene un doctorado, digamos, en ciencias biológicas. Esperaré un segundo. Listo, ahora que se ha concentrado, usted tiene su laboratorio en algún instituto de investigación de gran prestigio. Ahora bien, usted es considerado una autoridad mundial en el estudio de la química prebiótica y muchos de sus trabajos en revistas especializadas son un referente obligatorio. Su campo de acción se concentra en una actividad bastante extraña para los mismos científicos: la búsqueda de técnicas y experimentos que le permitan sintetizar vida; sí, así como lo escucha. Un día, usted descubre que ciertas condiciones prebióticas le han permitido crear la primera bacteria. Esto será una noticia de mucho interés. Usted defiende a capa y espada sus técnicas y metodologías y asegura que si los científicos crean ciertas condiciones prebióticas, conseguirán sintetizar vida microbiana sin ninguna dificultad. A continuación, diferentes grupos de investigadores a lo largo y ancho del mundo se disponen a reproducir su experimento y descubren algo bastante decepcionante: las condiciones señaladas no aportan mas que una serie de moléculas orgánicas y nula actividad microbiana. ¿Qué sucedió? Quizá el experimento original estuvo mal diseñado: un grupo de bacterias se filtró contaminando su material de laboratorio.

¿Qué podemos aprender de este caso ficticio? Pues en primer lugar, que el principio de autoridad de los científicos no debe ser el factor determinante para demostrar algo; y en segundo lugar, que la ciencia es una actividad colectiva y si alguien debe convencerse, es la comunidad científica y no un solo investigador por más títulos tenga. La ciencia exige comprobación y experimentación para funcionar y no los deseos y predisposiciones más profundas inherentes en el ser humano.

Una de las razones por las que la parapsicología, la ufología, la astrología, la homeopatía y una pléyade más de pseudociencias no tienen el respaldo de la comunidad científica, es precisamente por la carencia de evidencia sólida que confirme su validez. Muchos de los sujetos que hablan de platillos volantes, de fantasmas o de continentes perdidos, muestran sus supuestas pruebas en programas de variedades y no en congresos científicos. Si están tan seguros de lo que afirman, ¿por qué nunca se presentan ante la comunidad científica para exponer sus supuestas investigaciones? Pero su éxito sigue en aumento: mucha de la gente que les cree, realmente no tiene una cultura científica adecuada ni mucho menos un pensamiento metódico y escéptico rígido que les permitiera analizar con detalle las afirmaciones y los supuestos casos presentados.

Dentro del mundo de la ciencia, uno no se esperaría que sucedieran casos como éstos, mas la realidad es otra. Hay fraudes científicos bien estructurados que salen a la luz, mas cuando científicos de otros rincones del planeta reproducen los experimentos, el fraude aparece casi al instante. Sin embargo, en la ciencia también existen personas muy capacitadas y con una gran trayectoria que pueden apoyar las tesis más extravagantes; este es el caso con este libro y sus dos autores.

La propuesta central de este texto es simple: la vida abunda en todo el Universo; en especial, la vida microbiana. Las nebulosas, el polvo interestelar, los asteroides y meteoritos, son una cuna de millones y millones de bacterias y virus que pululan fácilmente en todo el vacío cósmico. Esta es en sí la visión de los autores, una visión que apoyan a lo largo de su libro en ciertas investigaciones que han realizado junto con otros colegas. Su objetivo es claro: convencer al público en general que día con día caen a la Tierra cientos y cientos de microorganismos y demostrar que sus pruebas son irrefutables, tachando (creo yo) al resto de la comunidad científica como necia y cerrada.

Lo que pretendo en este texto es ofrecer a los lectores una crítica a las principales pruebas que ofrecen los autores. No soy científico aún, sino un simple estudiante de ciencias que basándose en sus conocimientos, opina que las tesis de Hoyle y Wickramasinghe en este texto son tendenciosas en inclusive un tanto tramposas.

Lo primero que llama mi atención es que las referencias (a partir de la página 141) son en su mayor parte referencias a libros y artículos de Fred Hoyle haciendo referencia a cuestiones como el origen de los virus en el espacio. Asimismo, en la introducción, los autores señalan que gran parte de la comunidad científica se les había echado encima por sus afirmaciones un tanto fantasiosas, llegando al grado de aplicarles el argumento de la famosa Navaja de Ockham.

La primera propuesta en este librito es que toda muestra de polvo interestelar, tal y como entiendo a los autores, es indiscutiblemente una muestra de bacterias y virus. Este mismo polvo se presenta en todo el Universo. Asimismo, estos microorganismos disfrazados de polvo, llegan a nuestro planeta día con día, atravesando sin ninguna dificultad nuestra atmósfera; la fricción generada por esta masa de aire que rodea nuestro planeta cuando estos bichos entran tal parece que no causa ningún daño a éstos.

Ahora bien, hasta donde sé, no hay la más mínima prueba que confirme que el polvo interestelar posee una abundante cantidad de bacterias. El polvo que todos conocemos aquí en nuestro planeta es el que sí contiene este tipo de microorganismos. Hace poco, la astronave Stardust en su sobrevuelo por el cometa Wild 2, utilizando un conjunto de placas de aerogel (material que también se conoce como humo congelado) montadas sobre un brazo de dicha nave, logró recolectar gas y polvo. Los estudios de estas muestras nunca revelaron actividad microbiana. Este es uno de los experimentos más modernos que viene a refutar la tesis del polvo bacteriano interestelar, aunque hay muchos más. Con respecto a las bacterias que supuestamente entran a nuestra atmósfera día con día, pienso que la fricción atmosférica genera un calor de tal magnitud que eliminaría fácilmente a este tipo de microorganismos. Un problema es que me parece que los autores nunca trataron de apoyar su tesis con una argumentación más profunda sobre la posible existencia de esporas bacterianas que podrían llegar a nuestro planeta.

Otro de los argumentos que me dejó sumamente decepcionado, fue cuando los autores señalan que en cualquier lugar en donde se detecte material orgánico, es porque indiscutiblemente hay vida. Bueno, a mí me enseñaron en mi clase de Origen de la vida que en los experimentos de Miller se obtuvo material orgánico a partir de elementos y compuestos que consideramos inorgánicos y ese material no tenía muestra de microorganismos. Además, regresando a las muestras recogidas por la Stardust, la obtención de dos moléculas en el polvo recolectado, la metilamina y la etilamina, son evidencia de material orgánico y no la afluencia de eubacterias ni arqueas. Hay más pruebas en contra al respecto, mas esta información reciente me parece que contradice las tesis de los autores.

En el libro también se menciona que las bacterias y los virus que supuestamente habitan en los asteroides y cometas, son los responsables de las enfermedades que azotan a la humanidad. Se menciona que el virus del SIDA es un mal extraterrestre que cayó a nuestro planeta (creo que esta aseveración se une a los dos mitos clásicos sobre el origen de esta enfermedad: el castigo divino y el proyecto militar) Me resisto a creer todo esto por la sencilla razón de que los virus carecen de vida independiente y necesitan de un huésped para desarrollarse y reproducirse. El SIDA, hasta donde la investigación indica, es producto de un proceso evolutivo y no de un oscuro plan de control demográfico como muchos han sugerido. Con respecto a las bacterias que causan enfermedades a personas comunes y corrientes, se sabe que éstas difícilmente sobrevivirían al vacío y a la radiación ultravioleta (rayos UV) Si bien podrían existir procariotas que habitaran en el espacio, estos serían los extremófilos clásicos como las arquebacterias. Esto es algo que nunca mencionan los autores. Es posible (como se señala en el libro) que existan microorganismos que tengan mecanismos de regulación al por mayor para evitar serias mutaciones y así poder sobrevivir; sin embargo, ese no es el caso de los microbios que afectan a los humanos. La idea de que cualquier bacteria que causa enfermedades en los humanos provenga de un ambiente con tanta radiación UV como el espacio exterior, me genera muchas dudas por cuanto en los hospitales la esterilización mediante la radiación es bastante efectiva para eliminar estos organismos.

Otra de las cosas que me llama la atención de este texto es una interesante crítica a las teorías de Oparin. Asimismo, el lector se encuentra con una imparcialidad apabullante cuando Hoyle critica con fervor tanto la teoría del Big-Bang como su propia teoría del estado fijo o estacionario. Mas esa imparcialidad se pierde cuando después de exponer sus supuestas pruebas, los autores caen en el aquel de que yo solo tengo la razón; si no me creen, allá ustedes, pero las pruebas son irrefutables. Esta argumentación que acompaña gran parte del libro, desgraciadamente se asemeja mucho a la de los charlatanes que criticaba con antelación. La ciencia no es la verdad absoluta, mas funciona muy bien y ha mejorado nuestra calidad de vida. Si no es una democracia, al menos se asemeja mucho a ésta en cuanto al papel de la comunidad científica para demostrar algo. No porque el gran Fred Hoyle llegue y argumente con total contundencia algo, esto será un hecho. Tiene que pasar por un control de calidad representado en la misma comunidad científica. Mientras se generen más evidencias que refuten las tesis de los autores, considero que las hipótesis expuestas en este librito podrán ser desechadas, aunque habrán servido a la ciencia para ver cuál es el camino que no se debe tomar a la hora de tratar de arrancarle a la naturaleza sus secretos.


Publicado originalmente en El Sitio de Ciencia-ficción.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Reconsiderando la divulgación de la ciencia


Hay dos opciones para todo aquel estudiante que se desee dedicar a la ciencia: la investigación y la divulgación. La investigación consiste en hacer preguntas a la naturaleza, establecer una metodología científica a seguir, confirmar los nuevos descubrimientos con la evidencia que hay y finalmente publicar un artículo (conocido técnicamente como paper) en alguna revista especializada. A diferencia de esto, la divulgación implica el manejo efectivo de los temas científicos que van apareciendo, la habilidad para transmitir la información en algún medio de comunicación (por ejemplo, prensa escrita) y un gran gusto por contagiar al público el quehacer de la ciencia. Hasta aquí todo suena muy sencillo y tal parece que estas dos actividades conviven sin mayor conflicto... Desgraciadamente no sucede así.

El principal problema viene del aparente repudio de muchos investigadores y estudiantes hacia la divulgación y hacia los mismos divulgadores. Si bien los primeros admiten que es necesario comunicar al público sus descubrimientos, desgraciadamente no cuentan en la mayoría de los casos con las herramientas y el talento necesarios para llevar a cabo tan loable labor. Asimismo, quienes le entran a la divulgación y le encuentran el gusto, a veces descuidan su investigación al grado de terminar dedicándose a la divulgación de la ciencia por completo. Ejemplos clásicos: Carl Sagan e Isaac Asimov.

Aunque me parece que no siempre hay que ser tan duros: la investigación requiere en ocasiones mucha dedicación. Los científicos no son sujetos que se la pasan toda la madrugada rodeados de matraces y tubos de ensayo con sustancias extrañas y exóticas; no son sujetos sin vida social y sin pareja que desperdician su vida, sino seres humanos de carne y hueso que sienten, lloran, aman, tienen familias, etc. En este sentido, su investigación es su trabajo y su medio de subsistir. Se les evalúa basándose en el número de artículos publicados en las revistas arbitradas y si este número decrece, la sospecha de quienes los evalúan aparecerá de manera bastante incómoda. Así pues, su trabajo es hacer investigación y no les queda de otra: si llegan a escribir algún artículo de divulgación, este aparecerá esporádicamente y no representará más que un orgullo para quien lo escribió. Esto sucede debido a que en nuestro país (y en muchos otros) a estos investigadores nunca se les evaluará en función de los artículos de divulgación que publiquen.

Quizás este sea el motivo por el que se desprecia a la divulgación. En las facultades donde se forma a los futuros científicos la divulgación de la ciencia está muy mal vista. Toda persona que quiera dedicarse o ya esté trabajando en este medio se le considera una especie de inadaptado que nunca pudo conseguir trabajo en algún laboratorio. Se cree que la ciencia sólo requiere de investigadores que lleguen a una formación plena, que hagan doctorados y que manejen alguna línea de investigación más que interesante. Ideas como éstas abundan en lugares como la Facultad de Ciencias de la UNAM y es necesario empezar a cambiarlas. Quien se expresa de esta manera está olvidando que la ciencia es una actividad creativa humana que debe ser informada al resto del público; quien expresa esta opinión condena a la misma ciencia a convertirse en lo que Sagan llamaba un sacerdocio cerrado, muy difícil y arcano, de difícil comprensión para el ciudadano promedio. Sin la divulgación de la ciencia, se condena a la sociedad a ser víctima de charlatanes y creencias sin fundamento. Pero sobre todo, se condena a la misma ciencia a permanecer en una torre de marfil en donde sólo quien se dedique a ella es digno de adquirir y manejar el conocimiento.

Por eso hay que salir en defensa de los divulgadores de la ciencia. Es necesario que un gran porcentaje de los alumnos de alguna carrera científica opte por este camino. Los divulgadores son especialistas y a su vez científicos que sólo tienen un laboratorio: su memoria y su creatividad para comunicar a la sociedad los nuevos descubrimientos. Aunque tampoco hay que exagerar y proclamar que necesitamos solamente divulgadores: si esto sucede llegará el día en que éstos no tengan qué comunicar al público.

Las propuestas son sencillas: que el comité que evalúa a los investigadores tome en cuenta y exija a éstos no sólo cierto número de artículos especializados, sino también un número adecuado de artículos de divulgación y que se empiece a generar conciencia en los futuros científicos sobre la importancia de la divulgación y los divulgadores. Quizás de esta manera se pueda convencer al público que la ciencia es una herramienta que genera conocimiento confiable y de acceso para todos.