viernes, 2 de enero de 2009

Un changuito salido del agua


Hay veces en que al observar la gran biodiversidad existente en nuestro planeta podemos darnos cuenta de la gran similitud entre algunos organismos. Compartimos caracteres muy similares a otros mamíferos. Tal es el caso de las cuatro extremidades que nos caracterizan, las cuales reflejan un parentesco con perros, gatos, ciervos, osos, etc. Esto sugiere que los mamíferos compartimos un ancestro en común. A estos caracteres morfológicos se les conoce como Paralelismos. Aquí se presenta lo que los evolucionistas llaman Homologías.

Pero hay casos que pueden inducir confusión. Tal es el caso entre las aves y los insectos. Sendos organismos presentan alas y pueden volar, aunque esto no quiere decir que hayan derivado del mismo ancestro. Cuando dos especies no emparentadas y con distintos ancestros presentan caracteres morfológicos y funcionales similares, a esto se le conoce como Convergencia. Los biólogos en general denominan esto como Analogías.

Regresaremos más adelante a esto conceptos que ocurren a nivel natural. Mientras tanto, no resisto las ganas de contarles cómo los monos han sido objeto para elucubrar las más disparatadas especulaciones.

Yoko Ono, recordada por todos no por su infumable arte conceptual, sino como la viuda de John Lennon, dice que también le gusta entrarle a la divulgación de la ciencia. En una entrevista hace algunos años, comentaba que científicos de la Universidad de... Bueno, no especificaba de cuál Universidad. Un equipo de trabajo comandado por... Perdón, tampoco mencionaba nombres. El caso es que la señora asombraba a unos periodistas al platicarles que científicos de X Universidad habían comprobado que los chimpancés habían desarrollado la tan quemada Percepción Extrasensorial. Para ser más precisos, esos monitos eran telepáticos. Según Ono, cuando los investigadores veían a los ojos a los bonitos changuitos sentían de repente cómo estos animales experimentales les transmitían pensamientos con respecto a comida, agua, necesidad de pareja, etc. Desgraciadamente, no hay ningún solo estudio que ampare esto y todo indica que la señora se había sacado de la manga el supuesto experimento.

Esto viene a colación por una alternativa evolutiva del origen del ser humano que se hizo un tanto popular no por la contundencia de las evidencias, sino por el ingenio con el que se pueden sacar de la manga ciertas especulaciones.

En 1930, a Alistair Hardy, biólogo marino, se le prende el foco al leer un artículo de Wood Jones sobre el metabolismo de algunos organismos marinos. El texto de inspiración hacía referencia a las reservas de grasa que se almacenan debajo de la piel de los humanos y de algunos cetáceos. Hardy pensaba entonces que estas reservas no se habían encontrado en los demás primates y que los otros seres vivos que presentaban esta característica eran los mamíferos marinos. La chispa de la sorpresa no se hizo esperar: ¿desciende el hombre de organismos similares a simios de origen acuático? Su Teoría del Mono Acuático despertó curiosidad y mucho escepticismo en la comunidad científica cuando fue publicada en la revista The New Scientist 30 años después con el sugerente título de Was man more aquatic in the past? (Marzo, 1960, pp. 642-645)

Cuando la hipótesis parecía de pronto desvanecerse en los abismos del tiempo, Elaine Morgan, exguionista de cine, se pone las botas y retoma la idea para buscar toda evidencia posible que pueda verificarla y acallar a los críticos.

Algunos de los argumentos que la hipótesis maneja son que el ser humano no presenta pelaje en el cuerpo al igual que los mamíferos acuáticos. En este sentido, el hombre no tiene relación con los primates terrestres. En vez de que los antecesores del hombre bajaran de los árboles y perdieran el pelaje corporal para evitar el sobrecalentamiento al habitar la sabana, éstos nunca lo presentaron o lo perdieron en estadios tempranos de la evolución debido a su baja efectividad para el aislamiento térmico. Gracias a esto, vendría a aparecer una capa de grasa subcutánea.

Esta grasa que se acumula debajo de la piel sólo se presenta en animales marinos y en el hombre. Los primates con los que el ser humano está emparentado no presentan esta capa y solamente los mamíferos que hibernan tienen reservas de grasa cerca de los riñones para utilizarse como fuente de energía (un tipo conocido por todos es la grasa parda).

El bipedalismo vendría a representar una gran ventaja en los ambientes marinos. Y es que para poder respirar, el antecesor del hombre tuvo que caminar sobre sus extremidades posteriores para poder sacar la cabeza a flote. Asimismo, el ambiente acuático habría beneficiado el desarrollo de la columna vertebral para la deambulación en dos patas.

El control de la respiración mediante el diafragma y otros mecanismos fisiológicos sólo se presentaría en los humanos y mamíferos marinos y no aparece en los primates. La estructura en forma descendente de la laringe también vendría a ser una característica exclusiva de los dos grupos.

La presencia de lágrimas, glándulas sudoríparas y sebáceas distancia al hombre de los primates terrestres y acerca cada vez más al ser humano con los mamíferos que habitan el mar.

Como argumentos del registro fósil, Morgan comenta que los fósiles de Australopithecus afarensis estuvieron recubiertos por lagos y extensiones del mar. Los restos de Lucy, el ejemplar más famoso de esta especie, fueron encontrados junto con huevos de tortuga y cocodrilo.

El principal problema es que los dos autores mencionados no son paleoantropólogos. Su argumentación se basa en pocas observaciones y en perspectivas estrictamente personales.

Los estudios genéticos actuales muestran un parentesco decisivo entre seres humanos y primates (para ser más precisos, chimpancés y gorilas). No hay pruebas en este sentido que emparenten al hombre con los mamíferos marinos más de lo que ya están emparentados con los mamíferos terrestres.

La evidencia fósil con alguna relación a ambientes dulceacuícolas y marinos puede venir a ser más producto de la coincidencia que de la posibilidad de que los Australopitecinos (que engloba a los diferentes géneros de Australopithecus) hayan salido directamente del agua para poblar la tierra. No se cuenta con evidencia que indique caracteres de adaptación a ambientes marinos (por ejemplo, branquias, extremidades con funciones natatorias, estructuras óseas que indiquen adaptación al agua, etc.).

Muchas de las coincidencias en cuanto a caracteres entre seres humanos y mamíferos marinos pueden bien ser producto de patrones evolutivos tal como la mencionada convergencia de caracteres. Los estudios genéticos señalan que la distancia genética entre los humanos y mamíferos marinos es más amplia que entre los seres humanos y los mamíferos terrestres, así que tales similitudes formarían parte de las llamadas Analogías.

La Teoría del mono acuático surge como una interesante curiosidad, pero hasta ahí. Se requeriría de mayor evidencia para considerarla en serio y mientras eso suceda, habrá que aceptar lo que las pruebas sugieren. Mientras tanto, dejemos en paz a nuestros parientes, los primates, y ya no los bombardeemos con cualidades y características que muy probablemente nunca han tenido.

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