miércoles, 11 de febrero de 2009

Reconsiderando la divulgación de la ciencia


Hay dos opciones para todo aquel estudiante que se desee dedicar a la ciencia: la investigación y la divulgación. La investigación consiste en hacer preguntas a la naturaleza, establecer una metodología científica a seguir, confirmar los nuevos descubrimientos con la evidencia que hay y finalmente publicar un artículo (conocido técnicamente como paper) en alguna revista especializada. A diferencia de esto, la divulgación implica el manejo efectivo de los temas científicos que van apareciendo, la habilidad para transmitir la información en algún medio de comunicación (por ejemplo, prensa escrita) y un gran gusto por contagiar al público el quehacer de la ciencia. Hasta aquí todo suena muy sencillo y tal parece que estas dos actividades conviven sin mayor conflicto... Desgraciadamente no sucede así.

El principal problema viene del aparente repudio de muchos investigadores y estudiantes hacia la divulgación y hacia los mismos divulgadores. Si bien los primeros admiten que es necesario comunicar al público sus descubrimientos, desgraciadamente no cuentan en la mayoría de los casos con las herramientas y el talento necesarios para llevar a cabo tan loable labor. Asimismo, quienes le entran a la divulgación y le encuentran el gusto, a veces descuidan su investigación al grado de terminar dedicándose a la divulgación de la ciencia por completo. Ejemplos clásicos: Carl Sagan e Isaac Asimov.

Aunque me parece que no siempre hay que ser tan duros: la investigación requiere en ocasiones mucha dedicación. Los científicos no son sujetos que se la pasan toda la madrugada rodeados de matraces y tubos de ensayo con sustancias extrañas y exóticas; no son sujetos sin vida social y sin pareja que desperdician su vida, sino seres humanos de carne y hueso que sienten, lloran, aman, tienen familias, etc. En este sentido, su investigación es su trabajo y su medio de subsistir. Se les evalúa basándose en el número de artículos publicados en las revistas arbitradas y si este número decrece, la sospecha de quienes los evalúan aparecerá de manera bastante incómoda. Así pues, su trabajo es hacer investigación y no les queda de otra: si llegan a escribir algún artículo de divulgación, este aparecerá esporádicamente y no representará más que un orgullo para quien lo escribió. Esto sucede debido a que en nuestro país (y en muchos otros) a estos investigadores nunca se les evaluará en función de los artículos de divulgación que publiquen.

Quizás este sea el motivo por el que se desprecia a la divulgación. En las facultades donde se forma a los futuros científicos la divulgación de la ciencia está muy mal vista. Toda persona que quiera dedicarse o ya esté trabajando en este medio se le considera una especie de inadaptado que nunca pudo conseguir trabajo en algún laboratorio. Se cree que la ciencia sólo requiere de investigadores que lleguen a una formación plena, que hagan doctorados y que manejen alguna línea de investigación más que interesante. Ideas como éstas abundan en lugares como la Facultad de Ciencias de la UNAM y es necesario empezar a cambiarlas. Quien se expresa de esta manera está olvidando que la ciencia es una actividad creativa humana que debe ser informada al resto del público; quien expresa esta opinión condena a la misma ciencia a convertirse en lo que Sagan llamaba un sacerdocio cerrado, muy difícil y arcano, de difícil comprensión para el ciudadano promedio. Sin la divulgación de la ciencia, se condena a la sociedad a ser víctima de charlatanes y creencias sin fundamento. Pero sobre todo, se condena a la misma ciencia a permanecer en una torre de marfil en donde sólo quien se dedique a ella es digno de adquirir y manejar el conocimiento.

Por eso hay que salir en defensa de los divulgadores de la ciencia. Es necesario que un gran porcentaje de los alumnos de alguna carrera científica opte por este camino. Los divulgadores son especialistas y a su vez científicos que sólo tienen un laboratorio: su memoria y su creatividad para comunicar a la sociedad los nuevos descubrimientos. Aunque tampoco hay que exagerar y proclamar que necesitamos solamente divulgadores: si esto sucede llegará el día en que éstos no tengan qué comunicar al público.

Las propuestas son sencillas: que el comité que evalúa a los investigadores tome en cuenta y exija a éstos no sólo cierto número de artículos especializados, sino también un número adecuado de artículos de divulgación y que se empiece a generar conciencia en los futuros científicos sobre la importancia de la divulgación y los divulgadores. Quizás de esta manera se pueda convencer al público que la ciencia es una herramienta que genera conocimiento confiable y de acceso para todos.

1 comentario:

Martín Bonfil Olivera dijo...

Muy buen texto, querido amigo, y te tengo una buena noticia: estamos gestionando la creación de un Taller de Divulgación en la carrera de Biología de la Fac. de Ciencias, así que si lo logramos, habrá una alternativa para que los futuros biólogos tengan más fácilmente acceso a esa segunda opción que comentas... por cierto, olvidaste otra, aparte de divulgación e investigación, que es la enseñanza!

Comentario aparte: yo prefiero las expresiones "divulgador científico" y "divulgación científica" a las que incluye la frase "de la ciencia", pues las primeras reconocen que los divulgadores formamos parte de la comunidad científica -como efectivamente ocurre-, mientras que las segundas son más bien excluyentes: sólo los investigadores son "científicos".

Un abrazo y adelante con la excelente labor que estás realizando!

martín